ESPACIO DE LA MEMORIA, ESPACIO DE LA QUIETUD

Con el paso del tiempo, los pueblos, las ciudades, en definitiva, los espacios habitados por los humanos han generado otros espacios, colectivos, destinados para las sepulturas, para recordar a los nuestros. Marta Llorente define los cementerios como espacios de la radical quietud, de aquello que está ahí, y de la infinitud. Por el contrario, los espacios de los vivos lo son del movimiento, de la dinámica, del cambio, de la transformación.[1]. Teniendo en consideración estas palabras se puede encontrar un único espacio de la quietud a la ciudad de Ontinyent donde recordamos y evidenciamos nuestra memoria, puede ser individual y también colectiva. Allí encontramos las sepulturas de nuestros seres, donde los recordamos, dedicando un espacio para ellos y para la memoria. Esta conducta de los vivos, nos define como humanos estableciendo los espacios de la vida, las ciudades por ejemplo, y los espacios de la muerte, de la memoria como lo son los cementerios. Mi idea no es profundizar respecto de la ubicación de los cementerios en los espacios habitados en la ciudad de Ontinyent. Nos tendríamos desplazar hacia atrás en el tiempo y no es ese mi objetivo. Tal vez en el futuro podría comenzar alguna investigación al respeto. Lo que me interesa, como he ido explicando en las tres primeras entradas que he publicado, es definir, identificar y ubicar los espacios de la memoria y en este caso cómo, desde el espacio habitado, se crean los espacios de la muerte. Ese es el objeto de esta reflexión y por supuesto, de mi aportación a la hora de identificar aquellos espacios de la memoria que se le denomina cementerio. Para centrarnos en la línea del tiempo, y para evitar que cualquier otro erudito o experto venga a recordarme que había otros cementerios a la ciudad de Ontinyent, que no dudo que los hubiera, y atendiendo al espacio temporal de este blog, nos situaremos durante la II República en guerra, es decir, desde 1936 a 1939. Una vez ubicado el tema y el espacio temporal de mi aportación me gustaría explicar que, aprovechando la bibliografía publicada, en la ciudad de Ontinyent, en el transcurso de la República en Guerra, había un cementerio. Situado a la solana de Ontinyent, concretamente en el espacio que ocupa la actual parroquia de San Rafael. El interés para crear un nuevo cementerio en la ciudad de Ontinyent durante la ocupación francesa, se concreta en la primera década del siglo XIX, en 1812, curiosamente año en que se promulga la primera constitución española. En este momento se empezará a construirse un cementerio alejado del casco urbano por aquello de evitar problemas sanitarios. Los cementerios, se ubicaban cerca de los templos y conventos de la ciudad de Ontinyent. Según apunta Rafael Gandia, en enero de 1813 se procedió al primer soterramiento en el cementerio construido, como he dicho a la solana de Ontinyent.[2]. Hasta la II República, este espacio considerado santo, por una sociedad con un fuerte arraigo y tradición católica, será el cementerio donde los vecinos y vecinas de Ontinyent entierren a los suyos, es el espacio de la memoria colectiva y de la memoria individual, es el espacio de la quietud. Durante la II República en paz se inician los trámites para construir un cementerio nuevo, situado, justamente, a la umbría de Ontinyent, por el camino que sube al Torrater. Los terrenos estaban situados en la finca denominada «Santa Bàrbara». Se inician los trámites para la creación de un nuevo cementerio de acuerdo con el artículo 27 de la constitución de 1931 donde establecía la libertad religiosa y la creación de los cementerios civiles. Durante la República en guerra continuarán los trámites para la construcción del nuevo cementerio hasta que el 1 de enero de 1939 se autorizan los enterramientos.[3]. Durante la República en guerra, el cementerio viejo continúo utilizándose, donde se entierra a los soldados que morían en el Hospital Militar Internacional. Curiosamente, y sin profundizar en el tema, dos personas, civiles, fueron enterradas en el cementerio nuevo; una mujer en enero de 1939 y un hombre en abril de 1939, cuando Ontinyent ya estaba ocupado por el ejército sublevado de Franco. Los dos murieron en el Hospital Militar Internacional. Llama la atención que estas dos personas aparecen en el actual registro del cementerio el cual se puede acceder desde la red. Por el contrario, ninguno de los que murieron en el Hospital Militar Internacional por consecuencias del bombardeo de la estación de tren de Xàtiva, aparezcan en el mismo registro. La estación de trenes de Xàtiva fue bombardeada el 12 de febrero de 1939, cuando estaba en funcionamiento el nuevo cementerio. Se trata de una cuestión a averiguar. ¿Por qué los muertos en el Hospital Militar Internacional desde enero de 1939 no quedan registrados en el cementerio nuevo?  Quizás sea el momento de comenzar otra investigación al respeto. Pero hubo otros enterramientos en el cementerio viejo como fue el caso de Juan Luís Hernández Lago, tenía 12 años, hijo de D. Gregorio Hernández de la Herrera, director del Hospital Militar Internacional y del Colegio Nacional de Ciegos de Madrid. En este mismo centro escolar, convertido en colonia escolar, mientras estuvo evacuado en Ontinyent, trabajaba el profesor Carlos Lickefett English, que murió en diciembre de 1938 siendo enterrado en el cementerio viejo de Ontinyent. Carmen Fernàndez Seco, fue otra niña que murió en Ontinyent, evacuada a la Colonia Escolar El Alba, atendida también en el Hospital Militar Internacional. Era de Albajas, provincia de Soria, tenía 10 años.[4], todos ellos murieron antes de ponerse en funcionamiento el cementerio nuevo. La cifra de los muertos en el Hospital Militar Internacional fue mucho más grande, alrededor de 131 personas que mayoritariamente fueron enterradas en Ontinyent, todas ellas en el cementerio viejo, como fue el caso de Cecilio Cerezo Tremiño, tenía 20 años y era de Àlia, Cáceres. Este joven extremeño murió en el Hospital Militar Internacional de Ontinyent la noche en qué Vera Luftig, enfermera polaca que trabajaba en el hospital, intentó salvarle la vida. También hay constancia de Brigadistas Internacionales enterrados en el cementerio viejo, como el caso del francés Marcel Tourné que pertenecia a la 14 Brigada Internacional. Finalizada la guerra, se desarrolló toda una serie de acciones represoras, de eliminación de cualquier símbolo, indicio e incluso personas que hicieron referencia o recordaron al primer periodo democrático en el estado español.

 

El ayuntamiento de Ontinyent, en sesión plenaria del 6 de julio de 1939, presidida por el alcalde Luis Mompo y Delgado de Molina, acordó retirar cualquier símbolo masónico o marxista que hubiera en las sepulturas el cementerio viejo perteneciente a los  muertos en el Hospital Militar Internacional. La ley de Cementerios de 1938 establecía que en los cementerios civiles, como fue el caso del de Ontinyent, debían de desaparecer cualquier inscripción y símbolos de sectas masónicas y cualquier otro que fueron hostiles u ofensivos a la religión católica o moral cristina. Con este comportamiento se identifica con claridad como pretenden borrar los puntos de encuentro entre los espacios habitados y los espacios de la memoria los cuales se convierten en espacios de memoria colectiva selectiva y excluyente. Los vencidos no tenían derecho en un espacio de la memoria, a un espacio de la quietud. La máxima expresión de este hecho se posó de manifiesto durante los años 1960 cuando se inician las obras para la creación de la nueva parroquia de San Rafael. El espacio de la memoria colectiva donde estaban soterrados Juan Luis, Carmen, Cecilio y el brigadista Internacional Marcel, dejan de existir, es borrado del espacio que ocupaban. Recuerdo cuando estaba en el patio de la escuela y de repente veo que los compañeros se asomaban por el encima de la tapia de la escuela para observar aquel espectáculo. Una máquina excavadora iba vaciando una parte del que fue cementerio, para depositar los restos en un camión. Lo recuerdo bien. Ignoraba, en el sentido estricto de la palabra, aquello. que estaba viendo. Veía como iban a parar al fondo del remolque del camión restes humanas, ataúdes, lápidas, etc. No sé como, pero allí, en medio del patio, había una calavera con la que, los más atrevidos, le daban puntapiés, a manera de balón. Este fue el final de un espacio, en el que durante más de ciento años iban los vecinos y vecinas de Ontinyent para recordar sus seres, que allí descansaban .Pero la memoria, el recuerdo permanece y hace posible que durante el siglo XXI haya personas que explicitan esa condición humana que nos define; la necesidad de recordar y recuperar la memoria de nuestros muertos. Ese fue el caso de Elia Aparició que junto a su padre y su tío visitaron el nuevo cementerio, para saber donde estaba enterrado Arsenio Aparicio Sánchez, el abuelo y padre desaparecido. La búsqueda no tuvo los resultados deseados. En ningún lugar había ninguna inscripción que identificara donde estaba enterrado. Solo le pude facilitar la notificación de la defunción donde se indicaba que fue enterrado en el cementerio de Ontinyent, entendemos que en el viejo, y que fue una de las víctimas del bombardeo de la estación de Xàtiva, cosa que ya sabien. Como en otras ocasiones y haciendo uso de una frase bastante común y d´uso entre los mortales, «es el tiempo quien pone las cosas en su sitio». Lo digo porque, si en 1939 la corporación municipal retiró cualquier símbolo marxista y masón y durante la década de los años 1960 se eliminó cualquier indicio que aquel espacio fue un cementerio, ahora en el siglo XXI, en uno de los muros que dan al C/ Carlos Diaz, frente a la escuela, donde fui testigo de la retirada de los restos de los posibles soldados defensores de la libertad, a pesar de que han estado siempre a la vista de cualquier, se puede observar e identificar unas inscripciones que hay que tener en consideración. Estoy seguro que estas inscripciones, signos o firmas, pertenecieron a los picapedreros o cántaros que trabajaron en el espacio de la memoria que se creó en 1812. Recuerdo con claridad como una concejala del Ayuntamiento de Ontinyent, del actual periodo democrática, me explicaba que su padre, con responsabilidades políticas durante la etapa en que se creó la parroquia de San Rafael, utilizó piedras del viejo cementerio para finalizar el muro que ahora se puede observar en la calle mencionada. Estos símbolos son objeto de la gliptografia, la cual se dedica al estudio de los signos grabados sobre la piedra y que solían utilizar los picapedreros, denominadas «marcas de cantero» o «signos lapidarios». Este es un tema desconocido para mí y del que poca cosa puedo aportar. Ante esta ignorancia solo había que hacer investigación bibliográfica hasta el punto que, mira por dónde, he podido leer que se trata de signos lapidarios propios de organizaciones masónicas. De todas maneras, los estudios de estos signos se acercan más a la idea de uso arquitectónico y técnico, para identificar quién había hecho aquella piedra o la orientación en su colocación. Lejos de cualquier interpretación, hay que considerar estas marcas como un elemento, como un aviso respecto de la necesidad de recordar. Quizás sea con otras piedras, con signos del siglo XXI, como tendremos que recordar que aquel espacio lo fue de la memoria y que allí se enterraron personas que lucharon por la libertad, la democracia y la igualdad. Sería una buena ocasión para recuperar esta memoria reciente con un elemento arquitectónico, cuando menos, una simple placa que venga a recordar que aquello fue un espacio de la memoria un espacio de la quietud donde fueron soterrados los soldados que murieron en el Hospital Militar Internacional.

 

 

 

[1] http://www.rtve.es/alacarta/videos/escala-humana/escala-humana-lugares-memoria/5020226/

[2] Gandia Vidal, R.A. El cementerio de la villa de Ontinyent en 1864. Almaig. pág. 78-81. Ontinyent. 2004.

[3] Reig Feli. J.L. Onteniente 1940-1953. Diputación Provincial de Valencia. 1957.

[4] Torró Martinez J.J. El Colegio Nacional de Ciegos de Madrid en Ontinyent.  (1936-1939). Asociación de Vecinos del Llombo. 2015. En la página 179 aparece la primera del listado y dónde indico que no aparece en otro listado conservado al ayuntamiento de Ontinyent, con fecha del 22 de enero de 1938. Obviamente, con los datos que ahora disponemos, entendemos que había muerto.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *